Erráticas expandidas en un proyecto de investigación sobre el hecho de caminar. Andar como práctica de creación, expandida y estirada hacia límites fluidos, donde se unen desde la falta de expectativas hasta el registro y el archivo de la acción. Una forma de abordar el espacio de la experiencia y de ejercer la libertad en el recorrido. Errar sin esperar nada y, luego, reflexionar.
Desde que los dadaístas realizaran la primera Visita Dadá en 1921, el concepto y el acto de caminar han ido llenándose de contenido filosófico. Del puro acto de desplazarse en el espacio a través del movimiento del cuerpo, se pasa a una reflexión teórica profunda a la que se incorpora el deambular surrealista, la deriva y la psicogeografía situacionistas y, más recientemente, el grupo Stalker, así como andar, simplemente, como práctica estética y de pensamiento en todas sus direcciones, una propuesta que Francesco Careri (cofundador de Stalker) definió en su libro Walkspaces. El andar como práctica estética (2003).
Aunque estos ejemplos suponen hitos certeros y destacables, la creación artística, la historia y la literatura se encuentran jalonadas de continuas referencias a la construcción de vida a través del hecho de caminar. Así, en Goethe, tanto en Werther (1774), donde la historia se va fraguando en el paseo de sus protagonistas, como en Las afinidades electivas (1809), en el que la metáfora del hilo rojo traza un camino a partir de la marca del deambular que recorre todas las experiencias, andar se constituye como un cuestión primordial.
El paseante por excelencia es el flanêur que Baudelaire definió en El pintor de la vida moderna (1863), un personaje que se caracteriza por ser el observador que deriva por la ciudad de la modernidad, que se mezcla con la muchedumbre y que es en tanto que pasea. De esta misma época son los escritos de Henri David Thoreau, Caminar, y La fortuna de los Rougon de Émile Zola. En el primero, la caminata se define como una especie de cruzada y, en el segundo, “el paseo reglamentario del domingo […] basta para juzgar a las diez mil almas de la ciudad”. En otras palabras, en las del Unamuno de En torno al casticismo (1895) concretamente, “en el caminar, en el ser y en el estar se manifiesta día a día la intrahistoria”. Esto es, en el movimiento y en la interacción está el lugar en el que el sujeto define su propia historia.